Confieso que entre mis miedos está el miedo a
la ignorancia. En realidad al miedo que produce la ignorancia, y es que ambos se
retroalimentan.
El miedo que nace del desconocimiento pone
tantas barreras y tantos límites que reduce el universo a la mínima expresión, produciendo rechazo a lo desconocido y tachándolo de carente de interés, de
innecesario, de inapropiado, o a lo peor: de hostil y abominable.Ese miedo que nos convierte en negligentes, arrogantes, intolerantes y a lo peor: agresivos, tiene tal trascendencia, que embadurna tristemente la hermosa capacidad que hace del ser humano uno excepcional que es la Inteligencia. La insulta, la menosprecia, la humilla.
Confieso que me aterra la simple idea de que el desconocimiento me lleve a ignorar aquello que bajo la apariencia de lo extraño esconda una maravilla y confieso que me aterra aún más el pensar que pueda rebelarme contra algo que, por desconocido, me despierte el lado beligerante que todo alma tiene y retuerza hasta asfixiar la posibilidad de descubrir algo absolutamente fantástico.
Pero también confieso que no siempre es fácil
acercarte a lo desconocido, sobre todo cuando te sorprende de una forma un
tanto decepcionante, cuando no esperas que lo que habías planeado que fuera
acorde con el mundo que conoces, se materialice en forma de algo a lo que no
sabes cómo enfrentarte o mucho peor: a lo que no sabes si quieres enfrentarte.
No creo que haya alternativa al enfrentamiento
cuando de superar un miedo se trata. No creo que el miedo a la ignorancia se
combata de otra forma que no sea desde el esfuerzo por conocer, desde el
esfuerzo por entender, desde el intento por comprender que lo desconocido no
desaparece por mucho que lo ignores o que lo menosprecies y lo mejor: no siempre
oculta una amenaza. A veces, de hecho, oculta una gema indescriptible, un sabor
inimaginable, una emoción liberadora, una solución mágica, una cura para una
herida antigua, o sencillamente algo que
cambia tu percepción de la vida para siempre y la enriquece de una forma
insospechada.
Puede que a la mayoría de nosotros el desconocimiento
y la incertidumbre nos provocara ese tipo de miedo la primera vez que fuimos
conscientes de que ese pequeño ser que venía a participar de nuestro mundo
tenía un cromosoma de más. Brindo por todos los que no se rindieron y supieron
enfrentarse a ese miedo, acercarse a él, desnudarlo para intentar comprender su
mecanismo y volverlo a vestir con nuevas prendas tejidas con los hilos del
conocimiento. Brindo por todos los que aún habiéndolo hecho no encontraron todo
lo que buscaban, pero perdieron el miedo a acercarse. Y brindo por los que en
el proceso recibieron un regalo mágico, inesperado e inolvidable.
Confieso que me hallo entre estos útimos.
Confieso que me hallo entre estos útimos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario